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¿Se ha merendado el flamenco el folclore de Andalucía?

Quién iba a pensar que Andalucía, la única región que logró fraguar un arte popular partiendo de su música tradicional, el género flamenco, este iba a acabar merendándose un repertorio de música popular que hasta hace poco se practicaba sin la ambición de alcanzar a los grandes maestros.

Homenaje a El Gómez de Jerez. Peña Los Cernícalos, Jerez. 22 febrero 2020. Foto: Guido Bartolotta
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Leí el otro día una entrevista a Antonio Najarro en la que el maestro respondía a una pregunta del periodista acerca de si el flamenco se había comido a la danza española, a lo que el prudente bailarín contestaba que en cierto modo sí. Y eso me hizo pensar en el tema que hoy traigo a los amables lectores de Expoflamenco y que llevo años dándole vueltas. Lo he comentado en varias ocasiones ante mis alumnos, alguno de  ellos lo recordará. Voy a intentar explicarme para no caer en malentendidos, el deporte más y mejor practicado por una parte de la afición jonda.

 

La confusión respecto del tema enunciado en el título surge del error en el que caemos al pensar que el flamenco es la música tradicional andaluza, cuando en verdad, y como tengo escrito alguna vez en estos artículos, se trata de la reinterpretación artística de esa tradición. Es música y baile de artistas, profesionales o no, pero diestros en lo suyo, sea cantando, tocando o bailando. El flamenco necesita preparación serena y paciente. Nadie nace cantaor. El artista, digan lo que digan, se hace. La música, como dijo en su día el pedagogo japonés Suzuki, es una destreza, no se trae de fábrica aunque sean muchos, quizás demasiados, que reiteradamente invocan razas, familias, lugares y hasta el aire que se respira para justificar su talento innato. Es cierto que hay gente que parece tocada por el dedo de Dios. Paco, José, Antonio, es cierto que no eran gente normal y corriente como la mayoría de nosotros, aunque, para llegar a donde llegaron su trabajito les costó.

 

Cuando digo que el flamenco se ha comido el folclore andaluz quiero decir que el deseo de miles de personas que practican con mejor o peor suerte el canto, son apañaos tañendo la guitarra o bien graciosos bailando, es natural y se entiende que aspiren a alcanzar las mayores cotas posibles de excelencia en esas prácticas, a saber, llegar a cantar como su ídolo, por ejemplo Mairena, tocar como Melchor o bailar como Carmen. Las aspiraciones son ilimitadas, soñar es gratis y los sueños sueños son. De ahí que si naces, digamos en Alosno, lo natural es querer alcanzar el talento de Toronjo, y hete ahí el problema. El fandango tradicional se va perdiendo en pos de versiones del quiero y no puedo practicadas por quienes desean a toda costa convertirse en figuras. Antes de morir el gran jefe declaró a un periódico que “el problema actual es que todos quieren tocar como Paco de Lucía”.

 

El baile tradicional se diluye en imitar a los grandes maestros y, excepto en las formas tradicionales bien asentadas, como la fiesta de los verdiales en los montes de Málaga, el carnaval de Cádiz y otros tantos rituales festivos que mantienen, cada vez menos, las formas tradicionales, con intérpretes que además huyen de las versiones flamencas inspiradas en las músicas y bailes del folclor. El mundo del fandango bailable por ejemplo se extingue y queda anulado por la práctica cantable jonda que casa mal con las versiones tradicionales.

 

 

«La música es una destreza, no se trae de fábrica, aunque sean muchos los que reiteradamente invocan razas, familias, lugares y hasta el aire que se respira para justificar su talento innato. Es cierto que hay gente que parece tocada por el dedo de Dios»

 

 

En el resto de España las formas musicales del pueblo se mantienen con buena salud. En mi tierra, aunque lo normal es que cualquier gaiteiro quiera acercarse, aunque sea un poco, a la maestría del gran Carlos Núñez, las aspiraciones no van más allá y se pasan la vida como aficionados y tan felices. Sin embargo, por los concursos flamencos he visto desfilar un buen número de aficionados que quieren ser figuras y nadie les dice que no tienen las facultades mínimas necesarias para ser flamencos. Y a ver quién es el guapo que se atreve a romper el hechizo. Recuerdo cuando Enrique decía que los peores consejos profesionales te los da la familia, y qué verdad es.

 

Aparte de las sevillanas, verdiales, fandangos de Huelva y tangos de Cádiz, hay estilos que están despareciendo en su versión más tradicional, por ejemplo la práctica coral en algunas formas que por desgracia ya no se escuchan. Muchos estilos del flamenco que proceden directamente del folclore solo pueden escucharse en su versión jonda, como las alboreás (aunque menos ya que suelen ser interpretadas en las bodas gitanas en todo su esplendor), los campanilleros, bamberas, y sobre todo las temporeras y otras canciones de labor. Preciosas joyas del folclore andaluz que tras las suculentas versiones de los grandes maestros, Gallina, Torres, Pastora, Bernardo, etc. han pasado a mejor vida, y quienes cultivan este repertorio intentan, como pueden, acercarse al sublime tono de aquellos gigantes. Comprensible. Así están los concursos, plagados de gente del pueblo que, aún siendo excelentes recreadores de las formas tradicionales, quieren, y casi nunca pueden, alcanzar la excelencia canora de un Chacón, del Niño de Marchena o de Antonio Núñez Chocolate.

 

Un quiero y no puedo que lleva demasiadas veces a frustrar los sueños de tantos jóvenes que apuntan maneras pero acaban cantando en su casa y nadie les considera artistas. El flamenco es una música de extrema dificultad, en todas sus disciplinas. Cantar flamenco no es tener un buen metal y afición, que es imprescindible, también hay que tener la inteligencia creadora necesaria para forjar una carrera de fondo soportando las calamidades propias de la vida del artista, con sus pros y sus muchos contras. Y lo mismo ocurre con la guitarra y el baile, los atletas del género que para mantenerse en forma precisan de un entrenamiento continuo, sacrificando la adolescencia y juventud para alcanzar el sueño de tocar o bailar como los grandes y poder vivir de ello.

 

Y en eso se han ido quedando por el camino las formas inocentes y sin pretensiones, limpias y sinceras del folclor. Y creo que, al contrario que ha ocurrido en el resto de regiones españolas, donde la música y el baile tradicionales se ha visto potenciado en las últimas décadas, quién iba a pensar que Andalucía, la única región que logró fraguar un arte popular partiendo de su música tradicional, el género flamenco, este iba a acabar merendándose un repertorio de música popular que hasta hace bien poco se practicaba sin la ambición de alcanzar a los grandes maestros. ¿No les parece una pena?

 

 


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Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

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